Botellón: lo anormal es la represión

19/04/2011

Article d’opinió d’Artemio Baigorri. Sociòleg.
Font: El Periódico. 19 d’abril de 2011.
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  • En una sociedad en la que el alcohol es legal, es hipócrita decir que beber en la calle es fomentar el consumo

A 10 años de mi primer análisis del botellón, lo que parecía una moda pasajera hoy sabemos que es un componente más del ocio nocturno. Como pasó con discotecas, terrazas (beber en la calle) y pubs, lo que empezó como trasgresión, problema para el stablishment, es hoy -y lo será allí en donde hoy se le persigue- un hecho cotidiano (y legal). ¿Por qué sigue existiendo en Madrid o Barcelona, donde las autoridades llevan años reprimiéndolo? Porque sigue respondiendo a la función por la que surgió. Los teenagers que lo inventaron ya tienen trabajo e hijos, se acercan a los 40, pero aún lo practican porque son jóvenes, siguen faltando espacios adecuados para reunirse con los amigos, y las copas aún son caras: es el calentón inicial, barato y con alcohol de calidad.

Los predicadores ya no demonizan a los jóvenes, aunque aún abusan de la palabra hedonismo. Aceptan que el botellón no es otra anormalidad nuestra, sino la expresión sinérgica local («borrachera española» lo llaman en Suiza, quizá por eso se persigue en alguna región) de tendencias globales: la sociedad de 24 horas (el fluir de capitales, productos y consumo sin horario); la conversión del ocio en un sector básico (una parte del ocio, el turismo, supone el 10% del PIB); la influencia y poder creciente de las multinacionales del alcohol; la ampliación de la placenta social (la progresiva extensión del periodo de maduración en nuestra especie, lo que no tiene nada que ver con las prédicas sobre la vida muelle de los jóvenes); la dimisión parental (dejación del ejercicio de autoridad por los progenitores); y la degradación del Estado del bienestar, que deja sin espacios a los jóvenes. Y ahora la generación de padres que ha apoyado electoralmente el adelgazamiento del Estado espera que la tríada escuela+televisión+policía les resuelva la papeleta de educar, dotar de valores y controlar a sus hijos.

Nos ha tocado a los sociólogos racionalizar el problema. A lo largo de los años, en cada innovación (macrobotellón, botellónsms, facebotellón…), cada nuevo país (Italia, Portugal, Francia, Suiza, Alemania…), región o ciudad en que brotaba, los medios de comunicación y los políticos inteligentes han buscado al sociólogo como counselor, y la sociología ha estado a la altura (salvo cuando ha ejercido de legitimadora de la represión). Donde unos veían molicie, otros han valorado que la juventud innovase una forma de ocio autogestionada por la que se apropian de espacios socialmente improductivos para encontrarse y compartir música, alcohol sin adulterar (y otras drogas, claro), confidencias y planes. Por supuesto que tiene efectos indeseados: el más grave, la presencia y consumo de alcohol por menores de edad, pero también conflictos con el vecindario que desea descansar, y vandalismo.

Desde el principio, hay dos tipos de respuestas. La represiva la fundamenta el PP en el 2002, cuando el ministro del Interior (Rajoy) anuncia una normativa que prohíbe beber en la calle (terracitas aparte), a la que se apuntaron Madrid, Bilbao, Barcelona, etcétera. Regiones y ciudades en donde hoy siguen vivos no ya los conflictos vecinales, sino incluso las algaradas callejeras.

La institucionalista la marca el Gobierno de Ibarra en Extremadura. En el 2001 encarga un informe urgente, y en el 2002 pone en marcha uno de los más complejos proyectos de investigación-acción realizados en España, que incluye un debate social en el que participan la inmensa mayoría de las familias y escolares de la región, mediante encuestas, cuestionarios de autoreflexión en el hogar (más de 25.000 recogidos), y 600 debates en todos los centros educativos, del que surge la idea de abordar el asunto a través de la regulación. Así, la ley de convivencia y ocio (2003) persigue lo perseguible: el consumo de alcohol por menores (con sanciones de 30.000 a 600.000 euros para quienes les vendan) y las molestias al vecindario (se obliga a los ayuntamientos a señalar espacios lejos de las viviendas para la práctica del botellón). Y se acompaña de espacios de creación joven, en las ciudades, para quienes quieren un ocio creativo. Salvo en Badajoz (única ciudad en la que el Ayuntamiento del PP permite que el botellón se siga celebrando junto a viviendas), el conflicto ha desaparecido. Como en las otras regiones o ciudades en las que se ha aplicado el modelo extremeño.

En una sociedad en la que el alcohol es una droga legal exaltada incluso como símbolo sagrado de su religión más extendida y las multinacionales financian proyectos para «enseñar a beber» o esponsorizan a rutilantes estrellas mediáticas, es hipócrita decir que el botellón fomenta el consumo de alcohol. Abórdese el problema del alcohol en su sitio, si es que es un problema, pero sin tomar el rábano por las hojas: el botellón es una práctica tan legítima como las terracitas de la Castellana, los chiringuitos de Cádiz o las discotecas para ingleses de Salou, en donde también hay menores, ruido, molestias al vecindario, drogas, vandalismo y suciedad, o sea, el normal residuo de la noche. Regúlese, por tanto. Con reflexión, sin represión.

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