Article de Jaume Funes. 22 d’octubre de 2012.
Font: El Periódico.
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Con la distancia de unas pocas semanas he tenido que escribir sobre dos adolescentes de 15 años que decidieron poner fin a sus vidas. Primero fue el drama de un chico encerrado en un centro de menores. Ahora, la vida breve de Amanda Todd, de cuyas desesperaciones nos ha informado extensamente este diario. En el primer caso, hubo impotencia de su entorno y pésimo funcionamiento de la justicia de menores. Con Amanda, el marco tiene que ver con la lógica virtual de la sociedad comunicacional en la que los adolescentes están especialmente sumergidos.

Para pensar sensatamente en los porqués de unas vidas que acaban antes de hora no podemos comenzar por culpabilizar el mundo de internet y sus peligros, ponernos a reclamar su control. Deberíamos hablar primero de las lógicas de desesperación que invaden sus vidas. Anticipan el fin porque sus vidas adolescentes carecen de sentido y se vuelven insostenibles. Aquello que más aprecian (el amor, la amistad, la propia imagen) se ha destruido y sienten profundamente que no son nada, que tienen una vida que no vale la pena vivir.

Sienten y viven una triple soledad. Están solos ante su adolescencia (su cuerpo que cambia, sus emociones desbordantes, su sexualidad experimental). Están sin los otros, sin los iguales, sin amigos, sin confidentes. Un incidente grave ha hecho que pierdan a aquellos que son como ellos y ellas, con los que sentirse uno más, viviendo existencias similares. Tampoco parece haber adultos cercanos en su horizonte. Los que están, sus padres, sus profesores, no parecen suficientemente próximos como para descubrir su sufrimiento, para obtener comprensión y apoyo.

Una segunda perspectiva de análisis tiene que ver con el mundo virtual de la sociedad de la información. Para la mayoría de los adolescentes actuales pocas cosas tienen sentido sin referencia a él. Son en la medida que están “en línea” y son en la medida que son imagen. No hay identidad sin perfil de red virtual. No hay sociabilidad sin interacción digital. Practican y comparan sus adolescencias en la red. Ser destruidos en ella puede significar otra destrucción mayor. La exclusión virtual, el etiquetado, la divulgación negativa, comporta la propia desvalorización.

Ese mundo de hiperconexión también comporta la apertura a múltiples nuevos riesgos que han de aprender a gestionar. Surge la probabilidad de que sujetos ajenos a su mundo se entrometan y los conviertan en víctimas. Necesitan aprender a dar una dimensión adecuada a la exposición pública de su mundo personal, la puesta en escena de su nuevo cuerpo, sus nuevos sentimientos, porque en la virtualidad no todos miran con buenos ojos.

Al reaccionar, debemos pensar en cómo trabajamos con los adolescentes sus relaciones con los otros y la intensidad del daño que causan a sus iguales. Ellos y ellas pueden comprenderlo porque en algún momento han sido víctimas, han generado víctimas o han aplaudido los daños que producían otros. Es especialmente importante que les ayudemos a tomar conciencia del daño virtual porque apenas quieren percibir los daños que provocan en la realidad real y eluden con facilidad pensar en los que provocan al otro lado de sus pantallas.

No hace mucho, trabajaba con adolescentes algunas de sus dificultades de relación y les propuse debatir este caso: A Miriam le gusta el mismo chico que a Edurne, aunque este parece que pasa de las dos. Edurne, sin embargo, está comenzando a explicar entre las amigas que ya se lo ha montado con él y hasta lo ha escrito en el Tuenti. Algunos chicos comienzan a provocarla en el patio… Entre las respuestas, aparecían dos vivencias significativas: conciencia del daño y individualismo indiferente (“Algunos no se dan cuenta del daño que hacen a los demás”. “Yo no haría nada, no es mi problema“). Dado que andan en la red es hora de trabar con ellos y ellas el impacto que su mal uso puede tener en sus vidas adolescentes, ayudarles a tomar conciencia de cómo proyectar una mala imagen de sus colegas genera destrucciones significativas, soledades inaguantables.

Nos queda por abordar el tema de la soledad de adultos en la que se desenvuelve la vida de muchos de ellos. Lo más impactante del relato de Amanda no era el “quiero morir” sino el “necesito a alguien”. Era un grito que reclamaba razones y consuelos que sólo un adulto próximo y disponible podía darle, alguien que preocupado habitualmente por ella hubiera mirado su Facebook, prestado atención a su Youtube. Hay en la red muchos carteles como los que ella exhibía días antes de morir que necesitan adultos próximos que los lean. Ya no basta con intentar hablar con ellos y ellas. Estar cerca, verlos y observarlos significar interesarse por toda esa parte significativa de sus vidas, personales y sociales, que se desarrolla más allá del tiempo y el espacio.

Vidas virtuales y muertes reales – Jaume Funes 22 d’octubre de 2012. El Periódico