Las respuestas a la pregunta son varias, variadas, y carecen de un marco común consensuado, especialmente en lo que refiere a los usos relacionales -los más conflictivos desde la perspectiva del profesorado-.

Efectivamente, hoy distintas Comunidades Autónomas debaten la cuestión, con propuestas dispares, ya sea para integrarlos en el aula o para implantar normativas difícilmente razonables, a la vez que poco aplicables. Muchos profesionales han vivido con recelo la introducción de la dimensión 2.0 en los centros escolares. En ocasiones, se ha optado por priorizar el control, situándolo por delante de la adaptación pedagógica, con discursos que pivotan entre la dicotomía (tecno)optimista/pesimista. Pero estamos obligados a adentrarnos en una fase de experimentación: ¿Cómo aprovechar esta experiencia para convertirla en influencia educativa?

De entrada, tengamos cuidado con generar alarmas innecesarias. Los que trabajamos la prevención de riesgos con adolescentes a menudo debemos luchar contra los discursos catastrofistas que terminan generando un efecto llamada: se habla más, prima la desinformación, y ciertos discursos acaban institucionalizando nuestra opinión colectiva. Somos expertos en definir problemas a partir de nuevas categorías: nomophobia, sexting, bullying, phubbing, grooming. Pero no caigamos en el error de pensar que ciertos problemas son consecuencia de la irrupción de Internet en los últimos años: estamos tratando los problemas de siempre, con nuevas variables que los hacen particularmente diferentes.

Aprendamos a atender personalizada y colectivamente los conflictos huyendo de generalizaciones inútiles, trabajando en un clima de (relativa) tranquilidad. Pensemos cuál debe ser el sentido del mensaje que acompañe todo discurso de finalidad preventiva: ¿cómo ayudar a incorporar reponsabilidades progresivamente? No estamos hablando de problemas tencológicos, por lo que será clave el trabajo de aspectos como la identidad digital, las relaciones, el riesgo de una supuesta adicción, así como el papel de las audiencias que participan en problemáticas en la red, o la gestión comercial de nuestros datos y privacidad.

Tiene más sentido trabajar en los institutos para una mayor y mejor convivencia, que ofrecer charlas de carácter tecnológico o visitas de la policía advirtiendo sobre aspectos legales. Tiene mejor pronóstico trabajar sobre cómo construir un buen perfil de Facebook o Instagram, sobre las ventajas de una buena identidad digital, que centrarse en las advertencias sobre los riesgos de las imágenes expuestas en las redes sociales.

Estamos obligados también a ajustar nuestra mirada (adulta) a estas nuevas formas adolescentes de relación, comunicación y convivencia. Necesitamos aprender a acompañar en línea, estar y convertirnos en referentes en la red. No se trata de deshumanizar el contacto clásico, ni de pasarnos totalmente a los escenarios digitales, sino de complementarlos en nuestro trabajo como educadores, porque todos estos escenarios digitales son, en esencia, espacios de relación. De hecho, en muchos conflictos lo que ha faltado han sido profesionales que trabajasen en procesos básicos de detección, acompañamiento e intervención. Profesionales que se impliquen de manera activa, considerando esta realidad como una oportunidad para el aprendizaje.

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I ahir vam realitzar la última xerrada del curs escolar a AMPES (Mestres Montaña). Enguany ha estat un any carregat (carinyosament parlant) i dedicat al tema: