Porros, adolescencias y señales de humo
12/01/2011
Article de Jordi Bernabeu Farrús
Publicat a www.lasdrogas.info
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Si echamos un vistazo a los medios de comunicación, nos daremos cuenta que últimamente de la marihuana se habla mucho. Y encontramos diferentes versiones: unos alertan de las repercusiones de su consumo, sobre todo entre los más jóvenes; otros piden públicamente su regulación legal; personas afectadas por algunas enfermedades reclaman utilizarla para paliar los efectos de algunos tratamientos; ferias que anuncian y distribuyen productos para su cultivo; etc.
No es nuevo reconocer que la marihuana y sus derivados se consumen por un número significativo de la población. Joven, y no tan joven. Y si bien es cierto que su consumo es importante, la interpretación de las estadísticas y las posibles consecuencias de su consumo a menudo es poco rigurosa. Cada vez que aparecen datos en los medios se enciende la señal de alarma, frecuentando informaciones confusas e incluso, contradictorias. Se mezclan conceptos (el uso terapéutico se contrapone al lúdico), se agrupan diferentes realidades (no se diferencia entre aquel que consume y tiene un problema, al que no lo tiene, al que sólo lo ha probado) y se buscan causas y culpables.
El debate nos conduce a discursos extremos. Y entre quienes resaltan las excelencias, a quienes niegan cualquier utilidad, existe poco margen para extraer conclusiones realistas. O, al menos, prácticas. De hecho, sobre esta doble lectura pivotan las interpretaciones principales: estar a favor o en contra. Y tendremos que buscar soluciones que ayuden a convivir con esta realidad. Si puede ser, de manera no ploblemática.
Si a todo esto le sumamos la preocupación sobreañadida que a menudo rodea la adolescencia, nos asaltan la inquietud y el pesimismo…
De hecho, esto nos sucede, principalmente, porque seguimos empeñados en hacer una lectura de la adolescencia bajo los mismos parámetros de quince años atrás. Y lo que está claro es que las cosas han cambiado. Y mucho: el papel de la familia, la escuela, la política, la transición al trabajo, lo mucho que se alarga el período adolescente… Nuestros futuros adultos dependen cada vez más de la soberanía del mercado, del individualismo y de nuestra patológica (hiper)protección. Añadamos que nuestra miseria comunicativa ha ayudado a que los chavales cada vez nos vean como adultos y profesionales más alejados y lo que es peor, menos referentes. Nos recuerdan las encuestas (aquellas que a menudo se usan para criminalizar), y también muchos profesionales que conocen a chavales (porque trabajan con ellos desde su día a día, en la calle, en la red… -lejos de despachos y consultas terapéuticas-) que tenemos una generación de adolescentes –en comparación con sus precedentes- bastante tranquilos, conscientes y responsables por lo que a drogas se refiere. Otros temas –la sexualidad, el uso de internet, su capacidad crítica, lo automedicados que están, etc.- son harina de otro costal.
Y la realidad es que tenemos bastante adolescentes que han hecho uso de los derivados del cannabis. Pero éste, por norma, ni es compulsivo ni diario. ¿No puede ser contraproducente considerar abuso o problema cualquier consumo que se dé en este período de edad? Generalmente se hace. ¿Y que además sirva para justificar el fracaso escolar u otros problemas de los adultos? ¿Es un chico de catorce, quince o dieciséis años -o los que sea- permeable a los mensajes que les estamos ofreciendo?
En la adolescencia el inicio en el consumo de cannabis puede señalar la entrada y la consolidación a este periodo de edad. Y nos debe preocupar, en la medida que hablamos de personas en pleno proceso de maduración. Pero no es el elemento central de sus problemas y de sus dificultades. Hay que huir de discursos simplistas. Sus espigadas hojas ¿no ensombrecerán problemas más serios? ¿Qué pasa con aquellos problemas estructurales de nuestro sistema social, sanitario y educativo? ¿No estaremos desviando la atención para desatender problemas más complejos? Sinceramente, hay necesidades más prioritarias que el humo de los porros.
Ante un mensaje ineficaz y poco realista tipo “No fumes. Y punto” pensemos en educarlos hacia la responsabilidad. Y esta no sólo pasa por ser abstinente, sino para hacer un buen uso de la prudencia, la consecuencia y el sentido común (“común?”): “vender” la abstinencia como una de las mejores herramientas para evitarse problemas. Y no, en cambio, la única, y punto. Pues vamos a negar una realidad presente y futura. Y potenciar el sentido crítico como buena manera de hacer frente al consumo -de todo, no sólo de cannabis-, auténtica piedra filosofal de la adolescencia.
Debemos separar aquellos que hacen un uso experimental, e incluso esporádico, que al fin y al cabo son la gran mayoría, de aquellos que su consumo genera verdaderos problemas, por lo que a dependencia y problemática asociada se refiere.
Sería interesante cuestionarnos nuestros modelos de intervención. Más que oferecer información, a menudo errónea y poco útil si no se complementa de otros recursos, apostar por la formación. Y favorecer la comunicación entre dos períodos de edad con lecturas muy diferentes de una misma realidad. Necesitarán adultos positivos y referentes -vengan del campo profesional o personal- que respondan con confidencialidad y sinceridad a sus preocupaciones.
Si los adultos ponemos una cuestión de moda -y la Marihuana, está- tenemos más riesgo de llamar la atención que de disuadir a los potenciales consumidores. O si tanto remarcamos que el consumo se da mayoritariamente en grupo, aportarles motivos útiles, o al menos, cómodos: una buena manera de diferenciarse del grupo -ser auténtico- es desmarcarse de lo que a menudo se dice que hace la mayoría.
A la vez, ser capaces de sustituir la intranquilidad que supone el conocimiento de determinadas prácticas -que conllevan riesgos- por la confianza en la eficacia y competencia de sus recursos. Sin olvidarnos de la previa más importante: antes que empezar a cuestionar algunos de sus comportamientos, sería bueno empezar por revisar los nuestros.
Sus fuentes de información principales no serán las revisiones científicas, las publicaciones, ni los artículos de prensa. Al contrario: la propia experiencia y la de personas conocidas (y próximas al grupos de iguales) condicionará su consumo y regulación. Y por eso sería oportuno revisar el contenido y la forma del discurso que les ofrecemos.
Por ejemplo, a aquellos que justifican sus bondades (y su consumo) apelando a los efectos terapéuticos les recordaremos que su consumo tiene poco que ver con los tratamientos de enfermedades como el cáncer. Y que está muy bien que gracias a la matrihuana terapéutica muchas personas se sientan mejor. O que la “necesidad” de relajarse -otra excusa recurrente- debe ser más propia de personas con más responsabilidades -más adultas- que ellos.
Será necesario que entiendan que tienen obligaciones formales -principalmente, académicas- y que deben aprender a gestionar su tiempo libre sin que éste afecte su día a día. Y hacerles entender que madurar empanado, haciendo un uso de los porros como si de una actividad extraescolar se tratara, al igual que chatear cuatro horas diarias de media, no es una buena manera de salir adelante.
Apelar a la discreción -que no pasotismo o tolerancia- como modo de educar e intervenir. Y ya que hablamos de tolerancia, avisarles de los riesgos de su ilegalidad. Y no ayudan las confusiones presentes en los medios de comunicación, las contradicciones vividas en la calle y otras que crecen en los balcones.
Y no hay que alarmarse ante un posible debate sobre su regulación legal, mal llamada legalización, para hacer frente al paroxismo actual.
Si no lo hacemos, entonces, muchas de nuestras acciones serán -nunca mejor dicho- señales de humo.
Firmado: Jordi Bernabeu Farrús
(Servicio de Salud Pública, Ayuntamiento de Granollers)
Protocolo para citar este artículo: Bernabeu Farrús, Jordi. Noviembre de 2010. Porros, adolescencias y señales de humo.
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