Fresa y heroína
11/01/2011
Font: Perifèrics. 10 de gener de 2011.
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Via Perifèrics (periferics.blogspot.com) ens arriba aquest article d’opinió sobre les drogues i la crisi d’Alfonso Ramírez de Arellano.
Fresa y heroína
Saliendo de la provincia de Sevilla en dirección a Huelva por la autovía A-49 atravesamos la campiña del Condado, tierra llana de vides, dehesas y pueblos blancos bañados de sol. La comarca se extiende hacia el Atlántico transformando sustancialmente su paisaje conforme se acerca a la playa y al parque natural de Doñana. Los pinos, las dunas y el enebro se encargan de ir borrando las huellas del hombre y del tiempo. Ya en el Coto contemplamos un paraje mágico que parece detenido en el tercer día de la creación, poco antes de que se separaran las aguas de las tierras.
En las marismas de Doñana los caballos y las vacas permanecen de pié, flotando, sobre una lámina de agua. Allí no hay hobbits, ni elfos, pero algunos de sus leñosos agricultores y algunos de sus cazadores furtivos evocan personajes legendarios. Personajes que podrían, si les preguntáramos, contarnos historias tan fascinantes como la del señor de los anillos o el santo grial. Podrían, pero a ellos ya nadie les pregunta. A unos porque están llamados a convertirse en “los cuidadores del paisaje” como los denominó Jacques Delors, y a los otros porque están condenados a extinguirse.
La comarca es conocida por sus playas y sus vinos, más modernamente por sus bodegas transformadas en restaurantes donde se sirven gambas y jamón con denominación de origen, por el cultivo temprano de la fresa que se exporta a mercados europeos y, un poco, también, por el consumo de drogas así como por los esfuerzos locales por hacerles frente.
En el condado hay ocho asociaciones relacionadas con el alcoholismo y las drogodependencias, dos centros de día, un centro comarcal de tratamiento y una Comunidad Terapéutica. Las empresas de la zona y los ayuntamientos contratan habitualmente drogodependientes rehabilitados a través de los programas de reinserción. Casi cada uno de los 14 municipios que componen la comarca tiene un modesto programa de prevención. En 1990 se concedieron los premios Reina Sofía “de prevención” y “a la labor social” al Plan municipal de drogodependencias del Bollullos par del Condado y en el 2008, Rociana, formó parte, como experiencia piloto, del plan de prevención provincial galardonado con el mismo premio de ese año.
En un momento histórico de total globalización como el que nos ha tocado vivir, quizá podamos comprender algo sobre la historia reciente de las drogodependencias de nuestro país, prestando atención a lo ocurrido en los últimos treinta años en esta comarca de 70.000 habitantes.
Tres décadas atrás los invernaderos transformaron el paisaje y la economía de la zona. El cultivo intensivo ofreció trabajo a muchos, pero sobre todo a jóvenes y a mujeres madres de familia. Todavía no había comenzado la ola migratoria. Aumentaron los ingresos familiares y la prosperidad económica general de los pueblos de la comarca. Pero el acelerado desarrollo económico también tuvo algunos efectos secundarios. Muchos jóvenes abandonaron los estudios para dedicarse a las tareas que requería el nuevo sector, principalmente la recogida de la fruta. Si además, lograban computar las peonadas suficientes y pagaban “los sellos”, tenían derecho a percibir el subsidio agrario el resto del año.
La combinación de jóvenes con cierto poder adquisitivo -no porque los salarios fuesen altos sino porque todo el dinero del que disponían era para gastarlo-, con largos periodos de inactividad, con estudios escasos y una mentalidad crecientemente consumista crearon un mercado potencial que los comerciantes de drogas supieron aprovechar. En aquel momento la droga por excelencia era la heroína y provocó una auténtica epidemia en el condado.
Años más tarde, con el boom del ladrillo, ocurrió algo muy parecido. Muchos jóvenes ingresaron entusiasmados en el ramo de la construcción. Cambiaron la posibilidad de una formación más sólida por la de ser peón de albañil ganando buenos sueldos, sobre todo si estaban dispuestos a trabajar a destajo. Fue otra época de desarrollo económico, de construcción y reformas de muchas casas de la zona. Como la vez anterior, un nutrido grupo de jóvenes a medio escolarizar dispuso de dinero líquido para gastar. Fue la época de los deportivos y los BMW (aunque fuesen de segunda mano), también ¿cómo no? de las drogas: mucho alcohol, mucho tabaco, pastillas, pero sobre todo cocaína. Una droga que se adaptaba muy bien a ese ritmo de vida: Trabajar durante muchas horas en la construcción y aguantar de marcha por las noches.
Cuando explotó la burbuja inmobiliaria la mayoría de ellos se quedaron sin trabajo y algunos con el lastre de la dependencia de una sustancia que ya no se podían costear. Esos jóvenes, dependientes de la cocaína y que en su mayoría abusa también del alcohol, son los que hoy solicitan tratamiento en el centro comarcal como ayer lo hicieron los heroinómanos.
Sin querer sucumbir al pesimismo cabe preguntarse qué vendrá después de los ciclos de la fresa y la heroína, del cemento y la cocaína. Desde luego si la siguiente ola económica nos sorprende con las tasas actuales de fracaso escolar de la comarca, similares, por otra parte, a las que recoge el informe PISA para la región, lo más probable es que repitamos el modelo aunque ahora sean otros los estímulos económicos y otras las drogas.
Afortunadamente hoy se puede afirmar que la oferta de educación alcanza a todos, sólo falta que todos crean en el valor de la educación y en la necesidad de invertir en formación a medio y largo plazo como condición necesaria para un futuro empleo de calidad y como único medio de alcanzar la plena ciudadanía en la sociedad del S. XXI.
¿Queremos hacer prevención efectiva? Acabemos con el fracaso escolar, mejoremos el sistema educativo, particularmente la formación profesional, invirtamos nuestros recursos (familiares y sociales) en educación, hagamos de ello la prioridad de nuestra comunidad.
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